miércoles, 11 de marzo de 2009

Resistencia.

Y sentí como tu último hálito de vida se desvanecía entre mis dedos.
Cuando recobré la conciencia vi al asesino sosteniendo aquel cuchillo. Vi al cuchillo en mis manos.
Estábamos los dos naufragando en un mar de sangre tibia. Tu cuerpo tendido perforado por la furia. Tu aliento agonizaba en tinieblas. Tus ojos revoloteaban por la habitación en busca de una esperanza. Aquel pequeño haz de luz que se infiltraba desde el exterior te indicaba la salida. Recobraste el impulsó y quisiste escabullirte.
Nuevamente quisiste huir de mí.
Con tus últimas fuerzas intentaste arrastrarte.
Yo lloraba, lloraba desconsoladamente. Mientras me acercaba hacia tu cuerpo reptante, cada una de mis lágrimas te pedía perdón. Tu voz era un llanto ahogado, un grito desesperado que quedaba atrapado en tu garganta, una súplica despavorida.
Yo sé que no querías hacerlo. Yo sé que no querías. No querías huir por eso te detuve. Querías quedarte conmigo y no sabías cómo decirlo.
Tú no querías por eso te detuve.
Tomé tu pie, te arrastré nuevamente hacia mí. Quisiste sostenerte con tus manos, en el suelo de madera quedaron las marcas de tus uñas. Nunca entendiste que no tenía sentido resistirse. Jamás tuviste piedad de mí. Si alguna vez hubieras comprendido que tu única esperanza era yo, nada de esto hubiera pasado. Pero elegiste resistirte. Elegiste huir.
Tuviste la oportunidad.
Te miré a los ojos y te di la oportunidad de hacer que el tiempo vuelva hacia atrás. Y lo último que dijiste fue auxilio. Elegiste tu libertad, pero nunca entendiste que tu libertad era yo. Y jamás te rendiste.
Aquella caricia de reconciliación que había comenzado en tus cabellos ensangrentados, acabó en tu cuello y sentí como tu último hálito de vida se desvanecía entre mis dedos.
Y ahora es de mi herida de donde brota esta sangre que se mezcla con la tuya.
Creíste que la muerte te permitiría ser libre. Y lo único que conseguiste fue una eternidad junto a mí.