lunes, 20 de abril de 2009
Contradicciones.
Soy lo mucho cuando es poco.
Soy el instante de lo eterno,
Cuando nunca es para siempre.
Soy lo ausente en el reflejo,
La soledad que te acompaña.
Soy lo que ves cuando no miras,
Lo que gritas en silencio.
Soy el amor con que te odio,
y las lágrimas de la risa.
Soy el hoy de un pasado,
El ayer de aquel futuro
que no fue, pero ya ha sido.
sábado, 18 de abril de 2009
Amor de la infancia
Era mi primer día en la maestra particular. Mi madre había decidido que fuera a ese colegio y tenía que hacerme preparar durante todo un año. Llegué temprano, como de costumbre. Yo era un pequeñín de apenas 10 años. Ahí estaba Dago con su cuadernito A4 y sus lapiceras nuevas (de todos los colores, rosa, violeta, verde fluorescente. Las de gel, toda una sensación en ese momento). Pasé a la salita donde Carmela, mi profesora, me iba a dar clases. Éramos pocos, enseñanza personalizada que le dicen. La clase estaba a punto de empezar cuando se abre la puerta, “¡Perdón seño! Se me pasó el colectivo.” Era él. Llegaba agitado, se ve que había tenido que correr un par de cuadras para no llegar demasiado tarde. Su pelo rubio caía sobre los hombros, ojos verdes destellantes, figura esbelta. Se sentó a mi lado. Nunca me había latido el corazón tan fuerte, se percató que estaba mirándolo. Me sonrió. El corazón se me salía del pecho. “¿Soy Fernando, sos nuevo?” Tardé unos segundos para darme cuenta que me hablaba a mí. “Sí” dije y clavé los ojos en la tapa de mi cuaderno. “¿Cómo te llamás?” “Dago”. “Ah… Dago, ojalá entremos los dos. Por ahí hasta después estamos en el mismo curso.” La profesora comenzó con la clase. Me llevó un tiempo concentrarme, a cada instante lo miraba de reojo para ver qué hacía, y me transpiraban las manos cada vez que se me acercaba a ver cómo había respondido esta o aquella pregunta.
Así fue como me enamoré por primera vez. 10 años. Una vida diminuta y el amor que en ese entonces era un absoluto. Desde ese momento cada pensamiento se lo dedicaba a él. Obviamente no tenía bien claro qué era lo que me pasaba. Sólo sabía que toda mi vida se reducía a esas 8 horas semanales que compartía con Fer. Cada acercamiento, cada gesto, cada pregunta que viniera de él, significaban para mí una declaración de amor incondicional, un pacto secreto entre nosotros, un código que sólo nosotros conocíamos. Me tomaría casi un año completo darme cuenta que todo eso era una ilusión. Aquel niño de 10 años, probaría por primera vez en su vida (aunque no la única) el amargo sabor de la decepción y el doloroso dardo de la humillación. Aquel sería el bautismo de honor con el que se le pondría fin a la inocencia, que sería acribillada de la forma más dura y cruel. Así di mis primeros pasos hacia eso que llamaban madurez. Un corazón puro comenzaba a marchitarse. (Obviamente, esto va a continuar…)