lunes, 17 de noviembre de 2008

Mi puerta.*


Me despertó la risa de unos niños.
El lugar me resultaba conocido, pero era extraño despertar ahí. ¿Qué hacía yo en una plaza a esas horas? ¿Por qué esos niños correteaban a mi alrededor como si no importara que yo estuviera durmiendo?
Estaba cerca de casa. Unas pocas cuadras y mi cama caliente borraría el recuerdo de este dolor de espalda. Aquel banco era muy incómodo. ¿Cuánto tiempo habré estado allí?
Me incorporé y con algo de duda emprendí el camino. Bajar cinco cuadras y doblar media a la izquierda.
Un banco de plaza. ¡A quién se le ocurre!
Bajar cinco cuadras y doblar media a la izquierda.
Es extraño. ¿No debería haber aquí un supermercado? Estoy desorientado, quizá en la próxima esquina.
Bajar cinco cuadras y doblar media a la izquierda. Estoy seguro de haber seguido mis propias instrucciones, pero la puerta que allí me esperaba no era la que me devolvería a mi lecho.
Sólo quería recostarme y la confusión me impedía hallar la esquina correcta donde doblar.
Avancé unas más, luego retrocedí. Puertas, carteles, indicaciones, lugares conocidos que desconocía. Entrar y salir. Doblar y regresar. Ninguna era mi puerta.
Volví al inicio. A aquel banco. Debía recomenzar la búsqueda. Bajar cinco cuadras y doblar media a la izquierda. Y aquellos niños seguían allí.
Las contaré. Sólo pensaré en contar las cuadras. No me detendré en ningún detalle menor. Nada me distraerá. Bajar cinco cuadras y doblar media a la izquierda.
¿El supermercado? ¿Por qué no estaba allí el supermercado? ¡Qué importa! ¡Quiero mi puerta!... Bajar cinco cuadras y doblar media a la izquierda. Y allí estaba de nuevo frente a aquella otra puerta que se esmera en ocultar tras de sí a mi puerta.
"¡Devolveme mi puerta!" Grité mientras sostenía aquel picaporte tieso, duro, inerte, tan distinto al que empuño cada día al traspasar mi puerta. La puerta que no encuentro, la puerta que debía esperarme y no está.
Tiro con fuerza y aquella otra puerta que ha usurpado el lugar de la mía se abre, alguien del otro lado me observa y me dice "¿Hoy de nuevo? Ya le dimos ayer, vaya...Vaya, para la semana que viene le junto alguito."
La puerta se estrelló contra mi rostro. Se transformó en un muro infranqueable, en una barrera que me separaba de quien yo soy, o de quien yo creía ser, o quizá de aquel recuerdo de quien yo había sido. O tal vez era tan sólo un deseo... Un deseo que quizá he alimentado cada noche en el banco de una plaza, en el banco en el que ahora me encuentro fatigado, intentando dormir, queriendo no despertar, extrañando mi puerta.
Si tan sólo esos malditos niños se callaran. ¿Acaso ninguno ve que estoy aquí?

*A todos aquellos linyeras que cada día ignoro. Perdón.

6 comentarios:

Café (con tostadas) dijo...

Ay, Dago, cómo hacés para relatar algo tan triste así?

Bajar 5 cuadras, es tan de Córdoba, tan de montaña esa expresión que, aun en medio de esta historia, me roba una sonrisa...

Acá, en la llanura de la pampa húmeda, nadie baja y nadie sube.

Cuanta pena la mucha gente que no tiene su puerta!

El Humanista dijo...

que descripción querido... vivir sin encontra la propia puerta, nunca lo había pensado asi.
acabas de lograr reproducir el sentimiento de la desproteccion y la exclusión. Ser sin puerta propia.
triste y real

gracias

Sil dijo...

Muy lindo!

Es decir, triste la historia, pero bien escrita, transmite el sentimiento.

Besote

Anónimo dijo...

Sos mi orgullo, amor. Escribís precioso.

Dago dC... dijo...

¡Uy! ¡Me comentaste! Me puse colorado... Ji... Ji...

Anónimo dijo...

Cuánta tristeza. Como bien dijo humanista, esa puerta ausente es una buena alegoría de la exclusión que convive con nosotros todo el tiempo, y que muchas veces no logramos ver.
Estas cosas ayudan a que no nos acostumbremos, a que no aceptemos el dolor ajeno como algo normal.